Hasta este momento, todo lo explicado incumbe solamente a la cohetería civil alemana. Pero sin darnos cuenta hemos llegado al año 1932, el mismo en que el partido nazi llegó al poder, y eso iba a cambiarlo todo.
Al terminar la Primera Guerra Mundial (que por aquel entonces, obviamente, era simplemente la Gran Guerra, pues nadie esperaba una segunda) terminó con un tratado de paz cuya intención era evitar de cualquier modo que Alemania pudiera volver a levantar cabeza, al menos en varias décadas, y alzarse otra vez en guerra contra el resto de las potencias europeas. Se pretendía una paz duradera, pero lo único que se obtuvo fue un deseo irreprimible de venganza por parte de los alemanes que consideraban exageradas las cláusulas del tratado, en especial las que ahogaban la economía de su país pagando los gastos de la guerra. En términos militares, por ejemplo, se le prohibió tener aviones de caza o bombarderos, buques de más de 10.000 toneladas de desplazamiento y, por supuesto, cañones. Pero a nadie se le prohibió que tuviera cohetes. Claro, esos trastos eran algo ya pasado de moda….
Nadie en su sano juicio podría pensar que un cohete pudiera ser un arma ofensiva de gran poder. A nadie que no fuera artillero, claro. Y el coronel Klaus Emil Becker lo era. Pensando que los cohetes eludirían algunas de esas restrictivas cláusulas, se interesó pronto por ellos y junto al ingeniero Carl Julius Franz realizaron algún que otro experimento en ese sentido. Pero el interés no siempre substituye a los conocimientos, así que en 1929 decidió encargar a un joven oficial subordinado suyo que acababa de terminar sus estudios en ingeniería mecánica, el capitán Walter Dornberger, que siguiera de cerca todo lo que hacían esos entusiastas de la VfR, por si fuera posible sacar algo en limpio de todo su trabajo. Juntamente con el ayudante personal de Becker, Ritter von Horstig, y el también oficial Leo Zanssen, los tres jóvenes capitanes fueron el pequeño grupo del que nacería al cabo de poco tiempo toda la estructura de todo el programa de cohetes del ejército alemán.
En poco tiempo, el 17 de diciembre de 1930, Dornberger fue puesto al frente de todo el grupo para controlar y dirigir cualquier investigación militar sobre cohetes de combustible líquido que, por supuesto, debería llevarse a cabo en instalaciones bajo jurisdicción castrense. El objetivo era conseguir un cohete cuyas prestaciones fueran superiores, en mucho, a cualquier proyectil artillero existente y que pudiera ser producido en masa por la industria alemana del momento. Pero el exiguo presupuesto era de tan solo 5.000 marcos de una época muy inflacionaria. Con ese dinero tan solo se pudo aprovechar el campo de tiro que el Ejército tenía en Kummersdorf, cerca de Berlín y ya medio abandonado, sin quitar el ojo de encima de las actividades de la VfR.
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Walter Dornberger, en una imagen de la Segunda Guerra Mundial (Internet).
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La crisis económica azotaba por igual a todos, civiles y militares, así que para la primavera de 1932 la VfR languidecía lastimosamente. Conscientes de esa precaria situación, el propio Rudolf Nebel envió una carta al Ejército explicando lo que hacían y solicitando dinero para seguir con sus investigaciones. Por supuesto, el coronel Becker estaba al tanto de todo lo que pasaba con la VfR, así que con esa carta abiertas las puertas del cielo (y nunca mejor dicho) para meterse dentro. Ya sin disimular, el pequeño grupo dirigido por Dornberger se presentó en el Raketenflugplatz para poder ver más de cerca en qué trabajaban sus adelantados colegas. La sorpresa fue de impresión cuando vieron la mala calidad, o incluso la carencia de ella, de los instrumentos usados para tomar medidas y datos de los lanzamientos y pruebas estáticas que allí se llevaban a cabo. Fue francamente decepcionante. Daba la impresión de que con esos aficionados no se podría llegar a ningún sitio. Tras pasar el informe al coronel de lo que habían visto y oído, sin embargo, regresaron el día 23 de abril con la promesa de dar a la VfR la increíble cifra de casi 1.400 marcos con los que renovar su material de medición si construían y lanzaban uno de sus cohetes desde las instalaciones de Kummersdorf. Debería alcanzar tres kilómetros de altitud y lanzar una bengala roja para poder seguirlo desde el suelo. Ni cortos ni perezosos, los entusiastas socios se pusieron manos a la obra y a primeros de julio de ese 1932 se presentó una pequeña comitiva de coches en el campo militar de Kummersdorf. Ahora era su turno de quedarse sorprendidos y boquiabiertos ante el gran despliegue de material del Ejército y equipos de medición, algunos de los cuales ni siquiera habían oído mencionar nunca. Sin perder tiempo, empezaron a montar sus equipos y el cohete y para la tarde ya tenían un Repulsor en una rampa de lanzamiento. En el momento previsto, se encendió el motor del cohete y empezó a elevarse, perfectamente, hasta los sesenta metros. Ahí la cosa se torció igual que su trayectoria, que se mantuvo en un perfecto plano paralelo al suelo, hasta que se estrelló sin ni siquiera poder abrir el paracaídas. Fue un vuelo tan triste, y tan por debajo de cualquier mínimo contratado, que Becker se negó rotundamente a pagar los 1.400 marcos, y los miembros de la VfR ni siquiera protestaron.
Bueno, uno sí lo hizo. Pero no para exigir el pago, sino para pedir una nueva oportunidad. El más joven de toda la VfR, Wernher von Braun, recogió todo el material que pudo de las oficinas y se presentó en el despacho de Becker para soltarle un gran discurso. El viejo coronel quedó impresionadísimo por la vehemencia y la energía del muchacho, tanto que acabó cediendo no solo a dar esa segunda oportunidad, sino a subvencionar los trabajos de la VfR si éstos pasaban a realizarse en terrenos militares, con absoluto secreto. Es más, como militar y como profesor de la Universidad que era, se ofreció para actuar de tutor del joven en la tesis doctoral que éste preparaba por aquel entonces. A Rudolf Nebel y a Walther Riedel no les gustó nada el trato, pero naturalmente a von Braun le entusiasmó, accediendo a trabajar para el Ejército el 1 de octubre de 1932.
Para entonces, la VfR ya no existía. Tras las elecciones que hubo en Alemania en 1932, el partido nazi quedó confirmado como el segundo más votado, aunque sus afiliados y simpatizantes ya se comportaban como si gobernaran el país. Empezó a hacerse evidente que si querías tener un futuro en Alemania ibas a necesitar el carnet del partido y si tenías que elegir entre pagar la cuota de la VfR o la del partido nazi, la elección era bien clara: la VfR no daba de comer. El número de socios empezó a disminuir de manera espectacular y los recursos de la asociación, por tanto, también. Para colmo, el tema de los cohetes se vió envuelto de la noche a la mañana en el más estricto secreto. Los nazis vieron que podían ser útiles a sus planes si en un futuro más o menos cercano se veían involucrados en una nueva guerra y decidieron que todo lo que tuviera que ver con ellos, fuera ocultado de cara al pueblo alemán y al resto del mundo. Eso afectó enseguida a la asociación, que empezó a verse rodeada de toda clase de incidentes y problemas tras los cuales no sería de extrañar que estuviera la policía secreta nazi.
En cierta ocasión, la UFA decidió realizar un documental sobre las actividades de la VfR en el Raketenflugplatz, grabando una demostración de vuelo de uno de los cohetes. El destino no estaba con ellos ese día, y el cohete se desvió y se estrelló en la azotea de una cochera de policía cercana, provocando el consiguiente incendio. Quizás con ganas de venganza por el fracaso de la VfR en construirles un cohete para su película el año 1929, el reportaje se emitió en todos los cines de Berlín, advirtiendo del peligro que suponían estas demostraciones de locos aficionados en pleno centro de la ciudad. Con la ayuda de la policía, molesta aún por el incidente de la cochera, se prohibieron todas las pruebas de cohetes en Berlín. Las dotes negociadoras de Rudolf Nebel permitieron seguir un poco más con las pruebas, eso sí, extremando las precauciones de seguridad. No obstante, las presiones siguieron y unos meses después se presentó en el Raketenflugplatz un grupo de pilotos que exigieron realizar unas pruebas, suponemos que de vuelo a vela, en las instalaciones. La rotunda negativa de la VfR fue su sentencia de muerte. A los pocos días, se recibe una factura de la compañía del agua por un importe de 1.600 marcos. La VfR no pudo resistir más y en el verano de 1934 decretó el cierre del Raketenflugplatz y el fin de su existencia. En ese momento, solo Nebel y Riedel estaban al corriente de sus cuotas; el resto ya se había dado de baja, exiliado o, algunos, integrado en el Ejército.
Retornemos ahora a Wernher von Braun, al que habíamos dejado firmando el primer contrato de trabajo de su vida con el Ejército alemán. El 1 de noviembre empezó en Kummersdorf y para finales de ese mes de diciembre ya tenía listo un motor de oxígeno líquido y alcohol que podría dar 325 kilos de empuje durante un minuto. Pero el motor explotó sin poder llegar a medir nada. Era el 21 de diciembre y mientras se decidió rediseñar este, se arreglaron los desperfectos del banco de pruebas. De este modo, en enero de 1933 se pudo probar un segundo motor. El empuje fue de solo poco más de 100 kilos, pero podría servir para impulsar un pequeño cohete. Sin embargo, tampoco resultó bueno y dio muchos problemas. La credibilidad del grupo entero empezaba a difuminarse a ojos de sus superiores en el ejército. Paradójicamente, el motor que les sacó las castañas del fuego fue el mismo que estalló en diciembre. Ahora su aspecto recordaba un proyectil clásico de artillería, de un metro y medio de longitud, treinta centímetros de diámetro y un peso de casi 150 kilos. Ese motor se decidió poner en una estructura y al conjunto se le designó como A-1. El día de la prueba, se puso en marcha el motor y los gases de escape no tardaron en acumularse en la cámara de combustión. ¿Resultado?: explosión. El A-1 murió sin haber llegado a nacer. Von Braun, sin desanimarse, volvió a rediseñar todo, motor y estructura, y lo bautizó A-2. Los cálculos iniciales presagiaban algo tan bueno que se decidió hacer la prueba de vuelo en la isla de Borkum, en el Mar del Norte, y no en Kummersdorf, mucho más concurrido. Se construyeron dos ejemplares, con un control giroscópico en el centro de gravedad del cohete, y con los nombres de “Max” y “Moritz” fueron lanzados desde la isla Borkum, en el Mar del Norte, los días 19 y 20 de diciembre de 1934. Los dos vuelos fueron perfectos hasta en el más mínimo detalle, y se alcanzaron los 2.500 metros de altitud. El prestigio del grupo de ingenieros se incrementó en la misma medida en que lo hicieron las características de los cohetes.
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Un Junkers A.50 como el de la imagen fue el primer avión en llevar un cohete, aunque no volara con él (Wikipedia).
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Tan espectacular como los vuelos lo fue el hecho de que el presupuesto con que contaba el ejército para el desarrollo de cohetes era de tan solo 80.000 marcos. Bonita cifra a la que no estaban acostumbrados los científicos, desde luego, pero no por ello reducida para todo lo que tenía que cubrir. Y ahora le tocaba el turno al A-3, en el que ya estaban pensando. Al mes siguiente, se dejó caer por Kummersdorf el primo del famoso “Barón Rojo”, el mayor Wolfram von Richtofen, jefe del departamento de investigación de la nueva Luftwaffe. Como aficionado a los cohetes, y por su rango dentro de la naciente Luftwaffe, estaba muy al tanto de las investigaciones que se desarrollaban allí y enseguida preguntó a los técnicos si podrían instalar un cohete de combustible líquido en un avión. Ese reto parecía una niñería para ellos, así que no se lo pensaron dos veces para decir que sí. En pocas semanas llegó a Kummersdorf un fuselaje, sin alas, de un avión deportivo Junkers A-50 “Junior” para someterlo a experimentos, se le montó un cohete capaz de dar unos 350 kilos de potencia y se instaló un sistema de cableado especial en la cabina del piloto para poner en marcha y parar el motor. El piloto se sentó en su sitio, encendió el motor y éste empezó a rugir y a sacudir el Junkers como si fuera de papel. Tras unos angustiosos minutos, la persona que por primera vez se había sentado a los mandos de un avión propulsado por cohetes, aunque estuviera anclado al suelo, salía sonriendo de la cabina. ¡Era Wernher von Braun! Las experiencias continuaron, pero la necesidad de espacio y dinero empezaba a ser agobiante. La gran oportunidad iba a ser la visita prevista del mayor general Werner von Fritsch, comandante en jefe del ejército para conocer las instalaciones y los hombres que hacían milagros. En marzo de 1936, Fritsch fue agasajado hasta la saciedad por Dornberger y von Braun, mostrándole motores y pruebas estáticas de todo tipo. Finalmente, sus anfitriones le mostraron los planos de lo que debería ser la futura instalación para cohetes del Ejército, mucho más grande, más secreta y mejor equipada, y Fritsch no pudo por menos que preguntar:
- Muy bien, ¿cuánto quieren?
- Millones –le respondió Dornberger
Pero como al mismo tiempo, el Ejército estaba trabajando en aquel asunto del caza propulsado por cohetes que había propuesto von Richtofen, a Dornberger se le ocurrió que las dos fuerzas armadas podrían unir sus fuerzas (mejor dicho, su dinero) para colaborar en la construcción de esa instalación. Así se podrían matar dos pájaros de un tiro. Von Richtofen asintió, pero había que convencer a su superior, el general Kesselring. De eso se encargaron, una vez más, Dornberger y von Braun, con sus explicaciones, planos y diagramas. A Kesselring no le quedó más remedio que dar su bendición y, de paso, cinco millones de marcos. Al que no le gustó ese gesto fue a Becker, que consideraba que el Ejército debía llevar la batuta en todo este tema y no dejarse ganar el terreno por esa advenediza fuerza aérea. Becker dio seis millones de marcos del presupuesto del Ejército. Ahora, el pequeño grupito de Kummersdorf podía contar con once millones de marcos para su nueva instalación y sus nuevos cohetes.
Pero, ¿dónde construir esa base?
Incluso en la Alemania nazi, era difícil encontrar un rincón del país para poder construir una base secreta. No porque no hubiera sitios, sino porque había demasiada gente queriendo construir una base secreta. Eso fue lo que les sucedió a Dornberger y von Braun, que encontraron un sitio ideal en la isla de Rügen, solo para enterarse poco después de que se les había adelantado el Frente de Trabajo del Partido Nacionalsocialista, que según dijeron, iban a construir allí una “colonia veraniega” para el trabajador alemán. Como se acercaba Navidad, von Braun volvió al hogar familiar para celebrar esas fiestas y durante una de las comidas, cuando el joven Wernher comentó los problemas que tenía para encontrar un sitio para construir sus cohetes, su madre, la baronesa Emma von Quistorp, le comentó:
- Pues yo conozco un sitio ideal para ti y tus compañeros. Tu abuelo iba allí a cazar patos. Se llama Peenemünde.