martes, 22 de marzo de 2011

3 - Desde Transilvania con amor

Si preguntamos a cualquiera sobre lo primero que le viene a la cabeza cuando le pronunciamos la palabra “Transilvania”, hay muchas probabilidades de que nos conteste que el conde Drácula. Probablemente, nunca en la historia, un lugar ha estado tan asociado a un personaje, sea real o ficticio, como el caso de esta meseta rodeada por los montes Cárpatos, ubicados en la actual Rumania. Por suerte, en Transilvania hay mucho más que historias de vampiros y viejos castillos. Hay frutas, cereales, vino y ganado, oro, plata, sal y carbón. Todo eso la convierte en una de las regiones más ricas del país. Y desde la época de los romanos, en que formaba parte de la provincia de Dacia, hasta nuestros días, numerosos pueblos han dejado su huella en el territorio. Un eufemismo como cualquier otro para decir que pasó de mano en mano durante siglos tras incontables guerras y luchas. Finalmente, tras la Primera Guerra Mundial, Transilvania pasó a manos rumanas y, de momento, así sigue siendo. Así pues, el hecho de que un escritor inglés del siglo XIX decidiera usar a Transilvania como escenario de su más famosa novela, “Drácula”, es algo que solo puede considerarse como anecdótico, pero que, sin embargo, ha marcado desde entonces la imagen que tenemos de esa región del este de Europa. No obstante, a nosotros de todas las historias que han sucedido estos últimos mil años en Transilvania, solo nos interesa la de un hombre que estudiaba para ser médico, pero acabó siendo un genio matemático y que permitió al hombre soñar con la conquista del espacio…. Pero, ¿cómo? ¿Eso no lo habían hecho ya Tsiolkovsky y Goddard? Pues, en cierto modo, si. Pero el hombre sobre el que vamos a hablar ahora llevó todo eso a la máxima expresión, no solo por sus ecuaciones matemáticas sino por la difusión que se dio de ellas y la gran influencia que tuvo en toda una generación de investigadores.

Hermann Oberth nació en 1894 en la ciudad de Hermannstadt (actual Sibiu), y desde muy pequeño leía mucha ciencia-ficción, como muchos críos de su época. A pesar de eso, sus estudios universitarios se dirigieron hacia la medicina y en ellos estaba cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Dados sus conocimientos fue enviado como sanitario a la Marina austríaca, pero lo que vió y vivió allí le convencieron de que carecía de vocación suficiente para dedicarse a vendar heridas o amputar miembros. Al terminar la guerra se matriculó en matemáticas, física, química y astronomía en diversas universidades, y en 1922 presentó su tesis doctoral. Los tiempos aún no estaban maduros para proyectos como el que presentó Oberth y su tesis fue desestimada al ser considerada como demasiado fantasiosa e inverosímil. En realidad se trataba de todo lo contrario. Seguro de que sus ideas eran correctas, al año siguiente publicó su tesis en forma de libro de 92 páginas con el sonoro nombre de Die rakete zu den Planetenraümen (“El cohete hacia los espacios interplanetarios”). Como su propio nombre indica, era el primer libro en el que se explicaba al detalle, y apoyado por contundentes ecuaciones matemáticas, la exploración del espacio usando cohetes. El libro de Goddard, recordemos, aunque anterior al de Oberth, era más comedido tanto en su título como en sus planteamientos, quizás mostrando un miedo parecido al de Copérnico cuando éste publicó su teoría heliocéntrica. Oberth, en cambio, fue más directo al grano y sin pelos en la lengua, como lo demuestran los diseños de su cohete “modelo B” que con un motor suficientemente potente no solo podría explorar las partes más altas de la atmósfera, sino incluso dar vueltas a la Tierra.

Pero la mayoría de los científicos que lo leyeron vieron bastantes errores en esas ecuaciones y se burlaron de él. Es más, muchas de las cosas eran puras especulaciones sin base científica alguna. Irónicamente, ese debió ser el punto fuerte del libro: el hecho de que muchas partes de él no fueran simples formulaciones matemáticas, sino también filosóficas, sedujo a una multitud de gente no muy ducha en estos temas pero que querían llegar al espacio lo antes posible. Inmune a las críticas, Oberth empezó a dar clases de matemáticas y física en el Instituto Alemán de la ciudad de Medias pero sin perder nunca de vista la astronáutica, llegando a publicar en 1929 su segunda gran obra "Wege zur Raumschiffhart" ("La ruta de la navegación en el espacio"). En realidad, este libro era una ampliación del anterior, su tesis doctoral, pasando a tener más de 430 páginas. Por este libro fue galardonado con el premio REP-Hirsch que entregaba la Sociedad Astronómica de Francia. Al tratarse de la primera vez que se otorgaba este premio, se le bonificó con la bonita suma de 10.000 francos (como inciso, valga el comentario de que este premio tan solo llegó a entregarse en diez ocasiones; la Segunda Guerra Mundial acabó con él, al igual que con otras muchas cosas).

Para aquel entonces, su vida había hecho un cambio muy radical. Su primer libro, el “Die rakete…”, había sido, como hemos dicho, devorado por una ingente cantidad de soñadores y de entusiastas sobre el viaje espacial. No debe extrañarnos, por tanto, que a alguien se le ocurriera crear una asociación de aficionados y admiradores de la obra de Oberth para conseguir hacer ese sueño realidad. Y tampoco debe sorprendernos que se pensara en Hermann Oberth para que fuera el primer presidente, aunque fuera honorario. En 1927, pues, tras una abigarrada y, suponemos, alegre reunión en el reservado del restaurante “El cetro de oro” en Breslau, se fundó la “Verein für Raumschiffhart”, que se puede traducir como Sociedad para el Vuelo Espacial.

Un clásico del cine mudo expresionista alemán. Cartel de "Frau im Mond" de Frtiz Lang.
En 1929 aceptó el encargo de la productora cinematográfica UFA de colaborar en la realización de una película titulada “Frau im Mond” (La mujer en la Luna). Aparte de asesorar en los aspectos más técnicos del guión y diseñar el cohete que aparecía en la película, debería construir un ejemplar propulsado por combustible líquido para ser lanzado el día del estreno a modo de promoción. Para ello contaría con la ayuda de dos presuntos expertos en el tema, que en realidad resultaron más un estorbo que una ayuda. Uno de ellos era Rudolf Nebel, personaje del que se conocen muy pocos datos sobre su biografía pero que parece ser que sirvió como piloto de la Luftwaffe durante la Gran Guerra (aún no se la llamaba Primera Guerra Mundial por que, naturalmente, nadie sabía que iba a haber una segunda), llegando a derribar algunos aviones enemigos. Durante el conflicto intentó propulsar un avión con cohetes, aunque sin éxito, y durante la inmediata postguerra montó una empresa pirotécnica, con mejores resultados. No era un ingeniero brillante, pero tenía un entusiasmo desbordante para aprender cualquier cosa. El segundo “ayudante” era el pintoresco Alexander Shershevsky, estudiante de ingeniería aeronáutica en Rusia que se vió atrapado en Alemania al haber caducado su visado de estudiante. Acusado por ello de deserción, no podía volver a su añorado país natal. Sin desanimarse por ello, intentaba convencer a cualquiera que tuviera cerca sobre las bondades del sistema comunista, perdiendo su precioso tiempo en charlas políticas y escribiendo artículos de divulgación aeronáutica más que en su trabajo de ingeniería. Con tan poca ayuda, unido al hecho de que Oberth era un gran teórico pero un nulo ingeniero, los trabajos en el cohete no avanzaban. Y para colmo, un accidente en el laboratorio de Oberth, que provocó una explosión que a punto estuvo de matarlo, significó un nuevo retraso, aparte del gasto económico que supuso la reparación del taller y que tuvo que pagar Oberth de su menguado bolsillo.

La película se estrenó el 15 de octubre de 1929 y el cohete de Oberth no estaba listo. Pero el trabajo hecho en la película marcó un auténtico “antes y después” en la manera en que la gente entendía sobre lo que era un viaje espacial. Uno de los recursos utilizados por el director Fritz Lang para dar mayor teatralidad y emoción al lanzamiento del cohete, se sigue usando hoy en día en todos los lanzamientos alrededor del planeta. La famosa cuenta atrás de diez segundos hasta que una voz anuncia “¡Fuego!” se deja oir por primera vez en este film de 1929. Pero el fracaso de Oberth en el cohete sumió en tal confusión a la VfR que su presidente, Johannes Winkler, dimitió de su cargo para volver a su trabajo en la empresa Junkers. Pero ya hablaremos de él en un próximo artículo. Mientras tanto, para intentar disminuir un poco la vergüenza pública del fracaso de la operación, Rudolf Nebel sugirió ponerle combustible sólido, lanzarlo y hacerlo estallar en vuelo para que nadie pudiera examinar los restos. Como esta idea no fue del agrado de nadie, y tras meditarlo cuidadosamente, decidió que por qué no aprovechar el trabajo hecho en todo lo posible y construir un cohete pequeño, de pocas aspiraciones al que llamó “Mirak”, abreviatura de “Minimum Rakete” (obviamente, cohete mínimo). A Oberth no le gustaba ni lo más mínimo la idea, porque era un poco como ir hacia atrás. Un cohete de combustible líquido debía ser algo grande, espectacular, para demostrar claramente su superioridad sobre los de combustible sólido. Un “cohete mínimo” era una triste sombra de lo que él tenía pensado. Pero ahora llegamos a un punto en el que empezaríamos a desviarnos del tema de este artículo, así que antes de pasar a hablar sobre los logros de la VfR y sus cohetes, volvamos a la vida de Hermann Oberth.

Oberth (con bata gris, en el centro) sostiene una maqueta de su cohete para la película de Lang ante sus colegas de la VfR. Detrás, con pantalón corto, el joven Wernher von Braun (NMSH).
            Oberth permaneció en Berlín hasta julio de 1930, fecha en que se probó el motor que había diseñado para el cohete de la película (¡un año de retraso!) y decidió que era el momento de volver a su casa para proseguir con su trabajo de profesor de matemáticas. Años más tarde fue llamado para dar clases en la Escuela Técnica de Viena tras la anexión de Austria por parte de Hitler. Allí permaneció hasta que en julio de 1941 fue llamado por Wernher von Braun para que formara parte de su equipo de trabajo en Peenemünde, donde se encontraba él con algunos de los antiguos miembros de la VfR diseñando y construyendo poderosos cohetes de combustible líquido. Dos años permaneció Oberth en Peenemünde, durante los cuales su aportación al desarrollo del A-4 (o la V-2, como pasaría a ser conocido por la historia), fue bastante escasa. Desde los tiempos de su cohete de la película para la UFA hasta ese momento, habían pasado doce años en los que el desarrollo de los cohetes había sido llevado tan en secreto y se había avanzado tanto, que el viejo profesor de matemáticas apenas podía ponerse al día. Además, sus ideas pacifistas no causaban precisamente la simpatía de los militares nazis. Oberth era uno de los técnicos de más edad en Peenemünde y el que más alejado había estado durante todo este tiempo del desarrollo de cohetes. Pero von Braun creía que su viejo maestro aún tenía mucho por dar y quería que Oberth recibiera una parte del reconocimiento que hasta ese momento se le había escapado. No obstante, tenía una mente lo bastante clara, una sangre lo bastante fría y unas dotes de organización tan grandes que tras el bombardeo que sufrió Peenemünde en agosto de 1943, recibió la Cruz al Mérito de Primera Clase con Espadas por su destacado valor y conducta al organizar grupos para rescatar documentos, archivos y heridos de edificios en llamas, tanto mientras caían las bombas como después del ataque.

Famosa foto que fue portada de la revista LIFE en febrero de 1956. Oberth aparece en primer plano. Sentados, Ernst Stuhlinger y von Braun sobre la mesa y de pie, detrás, el general Toftoy y el ingeniero Robert Lusser
            El 3 de octubre de 1942, Oberth había sido testigo en primera fila del primer lanzamiento con éxito de un cohete A-4 y fue de los primeros en estrechar la mano a von Braun y al general Dornberger, diciéndole emocionado “Esto es algo que solo podían conseguir los alemanes. Nunca creí que vería esto”. Pero poco más hizo durante la guerra el profesor Oberth. Eso, y llorar la muerte de un hijo en combate y la de su hija en la explosión de una fábrica de oxígeno líquido en octubre de 1944. La fábrica estaba situada en las instalaciones de la cervecera austríaca Redl-Zipf. El oxígeno se producía en un profundo túnel subterráneo, protegido por una pared de tres metros de hormigón, pero el trabajo allí era tan peligroso que se produjeron dos accidentes. En el primero, murieron 10 trabajadores, y en el segundo el saldo fue de 27, incluida la hija de Oberth.

            Al terminar la guerra, Oberth fue pasando de un campo de concentración a otro, siempre interrogado a fondo, y finalmente, en 1948 llegó a Suiza como un hombre libre. Dos años más tarde, sus servicios fueron reclamados para ayudar a la Marina italiana en el desarrollo de un nuevo cohete. En 1954 regresó a Alemania, publicando la que sería su tercera gran obra, “Menschen im Weltraum” (“Los hombres en el espacio”) y justo después haría otra vez las maletas, esta vez para ir a los Estados Unidos. En julio de 1955 von Braun volvía a requerir a su lado al maestro para que se uniera al equipo del ejército americano que estaba desarrollando un misil balístico en Huntsville, Alabama, con el nombre de “Redstone”. A sus sesenta años poco podía aportar ya a la cada vez más avanzada ciencia de los cohetes, y los controles de seguridad eran aún más rigurosos que los que había tenido que sufrir en Peenemünde. Aunque trabajaba para el Ejército en proyectos muy avanzados, al no ser ciudadano americano no tenía autorización para poder acceder a los resultados de su propio trabajo, así que marginado y sin un objetivo claro (como demuestra el hecho de que en su abultado maletín no llevaba otra cosa que su almuerzo, con plato y cubiertos incluidos), pasaba los días. Se dedicó a desarrollar teorías y cálculos sobre nuevos conceptos espaciales, como el de un vehículo lunar que permitiría a los astronautas recorrer largas distancias por la superficie de nuestro satélite, o situar en órbita un gran espejo que reflejara la luz solar. En los cuatro años que pasó en Huntsville, su estampa de viejo de pelo canoso, vestido siempre de gris con maletín y sombrero, se hizo muy popular, en especial entre los conductores que debían esquivarlo, pues Oberth iba tan concentrado en sus propias cosas que parecía ignorar totalmente el hecho de que debía pararse en los semáforos en rojo. Fue un milagro que nunca nadie lo atropellara. En cierta ocasión, durante una auditoria laboral que se realizó en el arsenal en que trabajaba, el auditor le preguntó que en qué trabajaba y cómo usaba su tiempo, y Oberth respondió: “Paso el 90% de mi tiempo pensando y el otro 10% respondiendo preguntas tontas y rellenando formularios”. Cansado, aburrido y con sesenta y cuatro años, en 1958 decidió volver a Alemania. Era el momento de jubilarse y la pensión como maestro en su país era mucho mejor que la que le podían ofrecer en Estados Unidos por sus cuatro años de trabajo. Desde entonces se dedicó a labores más filosóficas, dando conferencias y clases magistrales, pero ya sin dedicarse para nada a la investigación. Hermann Oberth murió en Feucht, un pueblo cerca de Nüremberg, en 1989, a la increíble edad de 95 años.

            Era el último de los considerados "padres de la Astronáutica", el más longevo, y el único de todos ellos que consiguió ver en la realidad aquello que siempre habían soñado los tres, incluso cuando trabajando sin saber nada el uno del otro llegaron a obtener sus mejores logros, ver a un hombre caminar por la Luna.