domingo, 27 de febrero de 2011

2 - Al otro lado del estrecho de Bering

Nacido en 1882 en Worcester, Massachusetts, Robert Hutchings Goddard fue el hombre encargado de demostrar que un cohete podía funcionar en el vacío del espacio. Desde bien pequeño mostró un gran interés por la ciencia, siempre apoyado por su padre que le regaló un telescopio, un microscopio y una subscripción a la revista “Scientific American”. También se interesó por el vuelo con cometas y globos, registrando todas sus experiencias en un “cuaderno de campo”, costumbre que nunca abandonaría. A los 16 años se leyó el libro de H.G. Wells, “La guerra de los mundos”, recién publicado, y enseguida quedó prendado del tema del espacio. Ese interés llegó a su zénit cuando el 19 de octubre de 1899 se subió a lo alto de un cerezo para podar unas ramas y empezó a pensar en cómo se verían los campos que tenía alrededor desde una nave que se estuviera elevando para ir a Marte. Para el joven Goddard esa  "revelación" le quedó tan grabada en la mente que cada año lo marcaba en su agenda como el "Día del Aniversario", más importante aún que su propio cumpleaños. Efectivamente, desde ese día, dedicó toda su vida, en cuerpo y alma, a lograr ese sueño de mandar al hombre al espacio. Pero lo que lo diferencia del resto de pioneros y soñadores de su época es que él se dio cuenta de que antes de hablar sobre viajes al espacio era preciso desarrollar la tecnología de los cohetes para conseguirlo. Y la solución estaba en la tercera ley de Newton, también conocida como “Ley de Acción y Reacción”:

A toda acción corresponde siempre una reacción igual y contraria: las acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en sentido opuesto.

Robert Goddard dando una de sus clases en la Universidad de Clark, 1924

viernes, 18 de febrero de 2011

1 - Erase una vez

Nadie sabe el nombre de la persona que inventó la pólvora, ni el del lugar en que sucedió tal cosa, aunque se sabe que fue en la lejana China. Pero el caso es que esa mezcla de azufre, carbón y nitrato potásico (también conocido como salitre) cambió para siempre a la Humanidad. Tampoco sabemos si fue la misma persona u otra diferente la que pensó en poner esa mezcla explosiva dentro de un cilindro de papel, añadirle una mecha y atarlo todo a una caña de bambú. Si el bambú no estaba en perfecto estado o la pólvora estaba mal mezclada o prensada, el petardo salía corriendo por el suelo. A alguien se le ocurrió que sería más espectacular si toda esa energía que hacia mover el palo a gran velocidad lo impulsaba hacia arriba y hacia estallar el ingenio a gran altura sobre los espectadores. De esta manera, nacieron los fuegos artificiales en el siglo VI de nuestra era. Curiosamente, a nadie se le ocurrió usar esos cohetes contra la caballería enemiga hasta unos cuatrocientos años más tarde, cuando en un libro titulado Compendio de clásicos militares se habla sobre las “flechas de fuego voladoras” o “pólvora que va contra el viento” (fei-ho-tsiang y ny-fung-yo, respectivamente). Pero su uso seguía siendo exclusivamente chino. No fue hasta 1232 cuando los cohetes se dieron a conocer al resto del mundo, cuando los defensores chinos de Beijing los usaron contra los invasores mongoles. A partir de ese momento, se inició la rápida expansión de este ingenio, llegando finalmente a la Europa Occidental. Quizás ese sea el origen de la famosa expresión “correr como la pólvora”… No vamos a entretenernos en ir detallando la historia de la pólvora y las diferentes andanzas de los cohetes en los siglos siguientes a su entrada en Europa, que nos harían perder de vista el objetivo final del blog, así que haremos un pequeño salto cuántico.

Caza francés armado con cohetes de Le Prieur
 Durante varios siglos, a nadie se le ocurrió relacionar los cohetes con la exploración del espacio, al menos de manera más o menos seria. Los progresos eran lentos y poco radicales, por lo que básicamente un cohete chino del siglo VI tenía mucho en común con uno construido por Sir William Congreve a finales del siglo XVIII, aunque fue precisamente a partir de él cuando se inició la expansión del cohete como arma de guerra en Europa. Fue en el siglo XIX cuando vivió su mejor momento como parte de los ejércitos que se enfrentaban en suelo europeo, aunque a cada nuevo paso en el avance de los cohetes la artillería daba dos. Poco a poco fue quedando relegado al mismo uso para el que fue creado mil años atrás, divertir a la gente, y algunos de nuevos y más originales, como señalización de naufragios, lanzar cables de rescate, lanzar arpones para cazar ballenas, impulsar barcas y otras nimiedades por el estilo.

 Durante la Primera Guerra Mundial, hubo un ligero resurgir de los cohetes como arma de guerra, cuando un oficial de la Marina francesa, Yves le Prieur, diseñó un lanzador de cohetes para instalar bajo las alas de los aviones de caza que empezaban a surcar los cielos de Europa. Gracias a este sistema, pilotos como Willy Cowpens o Charles Nungesser destruyeron varios globos de observación alemanes. Por desgracia, la falta de precisión de los cohetes, que obligaba a lanzarlos desde muy cerca del globo, con el evidente riesgo para el piloto ante la explosión del mismo, no tardaron en ser substituidos por proyectiles incendiarios de las propias ametralladoras.

Retrato de Konstantin Eduardovitch Tsiolkovsky (1857-1935
Pero por aquel entonces, ya había aparecido alguien que vió, con sus ojos de matemático escondidos tras unas gafas, que los cohetes podrían servir para algo más, como viajar al espacio. Eso sí, sería necesario darles mucha más potencia que la que podía proporcionar la mejor mezcla de pólvora que se pudiera inventar. Además, haría falta una gran cantidad de ella para poder elevar un cohete mucho más allá de la atracción terrestre. Quizás sería mejor pensar en combustibles líquidos, que con el mismo volumen podían dar mucho más empuje. Ese matemático era un maestro de escuela ruso, casi totalmente sordo desde que sufrió la escarlatina a los dos años de edad, llamado Konstantin Eduardovitch Tsiolkovsky. Nacido el 18 de septiembre de 1857, tuvo serias dificultades en la escuela debido a esa sordera, así que su madre le enseñó a leer y a escribir. El joven Tsiolkovsky, por su cuenta, se encargó del resto, en especial de estudiar todo lo que pudo sobre matemáticas y física. En 1873 su padre lo envió a Moscú para la enseñanza superior, pero su poca preparación, a pesar de su entusiasmo, no le sirvió para aprobar el examen de ingreso. En lugar de rendirse, siguió con su sistema autodidacta recorriéndose todas las bibliotecas moscovitas buscando libros sobre álgebra, cálculo diferencial, mecánica, etc. De este modo, en 1879 se presentó a las oposiciones para maestro de escuela, consiguiendo una plaza cerca de su aldea natal, Kaluga. Cuando sus obligaciones se lo permitían, se dedicaba a hacer toda clase de experimentos y a escribir. A lo largo de los años llegó a publicar varios libros sobre temas tan diversos como "Teoría de los gases", "Mecánica de un organismo animal" o "El espacio libre". En 1884 es nombrado miembro de la Sociedad de Física y Quimica pudiendo dedicar su tiempo a temas más de su gusto: dirigibles metálicos, aeroplanos, vehículos sobre colchón de aire, cohetes… Y tras doce años de trabajos y estudios expuso su teoría sore un satélite artificial que daria vueltas a la Tierra a una altitud de unos 300 kilómetros. No fue hasta 1903, el mismo año en que los hermanos Wright realizaron el primer vuelo controlado de un avión, que apareció la gran obra de Tsiolkovsky, "Exploración del espacio interplanetario mediante aparatos a reacción". Parece increíble que en el mismo año en que apenas el hombre había dado un pequeño salto hacia el aire, alguien estuviera hablando sobre controlar el vuelo del cohete mediante una aletas situadas detrás de la tobera; ideando métodos para regular la presión del flujo de combustible a la cámara de combustión, o para eliminar tanto el venenoso dióxido de carbono como los olores de la nave; sugirió sumergir a la tripulación en un líquido de alta densidad; propuso, incluso, la construcción de estaciones espaciales y de hacer reparaciones de la nave en órbita, saliendo de ella y manteniéndose atados mediante una gruesa cadena. Tan solo se equivocó al creer que todo esto no pasaría hasta bien entrado el siglo XXI, o sea, en nuesto futuro…

 La tarea de demostrar ese error iba a llevarla a cabo otro soñador, nacido en la joven nación de los Estados Unidos de América.

lunes, 14 de febrero de 2011

0 - Querido diario

Perdonad la ñoñería, pero es que siempre he querido poner eso en algún sitio. Yo nunca he tenido nada parecido a esos diarios de papel pautado, cuadriculado o liso, en el que uno va poniendo lo que le pasa por la cabeza ante una situación determinante de su vida. Seguramente porque siempre he oído decir que eso “es cosa de chicas”, pero ahora que estamos en la era de Internet y parece que eso de tener un “diario” (que ahora todo el mundo llama “blog”, para darle un toque más moderno y glamoroso) ya es para todos los públicos, me he animado a hacerlo. Vivimos en un mundo en el que quien no tiene algo que ver con Internet (una página web, un perfil en una red social, un par de correos electrónicos, o un blog) es visto como un ser asocial. Todo el mundo debe saber todo sobre todos. Tampoco creo que eso sea necesario y que incluso sea bueno aislarse un poco de todo eso. Pero hay que reconocer que a veces no está mal esto de ponerse a escribir en Internet sobre algo que quieres compartir con la gente. Y tras haberme pasado varios años de mi vida navegando por la red en busca de información sobre mis temas de interés, me he dado cuenta de que hay ciertas carencias, unos agujeros muy grandes para rellenar.

Y finalmente, me han convencido. Tampoco es que hayan insistido mucho, la verdad, pero reconozco que necesitaba un empujón para decidirme a meterme en este mundo de los blogs. No me considero una persona que tenga muchas cosas para explicar al resto de la Humanidad, y aún menos viendo la gran cantidad de blogs interesantes que hay colgados en la red. Lo más difícil ha sido plantearme no el tema, que eso lo he tenido siempre muy claro si debía hacer uno, sino la forma de explicar cosas para llenarlo y, por supuesto, las horas que debería pasarme sentado delante del ordenador escribiendo algo que sabes que va a leer mucha gente (o eso espero). Y, claro, después hay que mantenerlo actualizado, bien documentado, hacerlo ameno y, sobre todo, que sirva de algo para la gente que lo va a leer. Montar un blog es todo un reto personal (yo, al menos, así lo veo) que requiere de mucha autodisciplina y es un reto que me apetece mucho poner en marcha. A ver cuánto tiempo soy capaz de mantenerlo...
Mi tema favorito es la Astronáutica. Pero ya hay suficientes blogs sobre el tema como para que haga falta uno más. En cambio, uno de esos agujeros que he encontrado que se debería llenar es el de la Historia (así, con mayúsculas) de la astronáutica. En concreto, la historia de un solo modelo de cohete, que por su origen en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial ha sido marginado (aunque no lo parezca) más de una vez, y que cuando se habla sobre él o sobre su creador, el gran genio Wernher von Braun, se haga en términos digamos “poco cariñosos”. La V-2 suele asociarse a la destrucción de Londres y se refieren a ella como “el arma secreta de Hitler que podría haber cambiado el curso de la guerra”, mientras que von Braun era nada menos que un sádico miembro de la SS y un auténtico criminal de guerra. No son más que un par de los muchos tópicos que se pueden leer a menudo en páginas personales y parcialmente informadas. El gran objetivo de este blog es, por tanto, intentar clarificar qué hay de verdad o de falso en esos estereotipos, si “es tan fiero el león como lo pintan”, o si más bien “quién a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”. Porque ya sabemos que “quién algo quiere, algo le cuesta”
Sabiduría popular aparte, con artículos, fotos y videos (siempre que sea posible, claro, porque eso del copyright está muy controlado), podremos ir viendo el desarrollo de este gran cohete, tan importante para la Humanidad (también en mayúsculas) porque permitió dar nuestros primeros pasos por el espacio. Por supuesto, no hace falta decir (pero lo digo) que aquí no se pretende hacer apología ni de nada ni de nadie, tan solo explicar una parte de la historia que, a grandes rasgos, no se conoce mucho.
En resumen, no esperéis ver aquí noticias de actualidad sobre lanzamientos del transbordador o de satélites, ni de los últimos desarrollos sobre cohetes. Mi intención es más bien la contraria: volver al inicio. Para romper la monotonía, alguna vez procuraré “hablar” sobre los programas espaciales norteamericanos y soviéticos que llevaron al hombre a la Luna, sobre el desarrollo de los primeros cohetes de combustible líquido, o sobre los pioneros que arriesgaban sus vidas “encendiendo las mechas” de peligrosos ingenios que podían explotarles en la cara.
No prometo regularidad en los artículos, los iré escribiendo cuando mi tiempo libre me lo permita, pero sí espero hacerlo con asiduidad. También me gustaría dejar las puertas abiertas para que todo aquél que tenga una idea, sugerencia o corrección sobre algo concreto, lo haga.
En fin, supongo que las visitas y los comentarios indicarán si lo estoy haciendo bien o no. Mi intención, en realidad, es un poco satisfacer mis propias ganas de escribir sobre este tema. Solo espero y deseo que los que lean este blog disfruten un poco con él.