Nacido en 1882 en Worcester, Massachusetts, Robert Hutchings Goddard fue el hombre encargado de demostrar que un cohete podía funcionar en el vacío del espacio. Desde bien pequeño mostró un gran interés por la ciencia, siempre apoyado por su padre que le regaló un telescopio, un microscopio y una subscripción a la revista “Scientific American”. También se interesó por el vuelo con cometas y globos, registrando todas sus experiencias en un “cuaderno de campo”, costumbre que nunca abandonaría. A los 16 años se leyó el libro de H.G. Wells, “La guerra de los mundos”, recién publicado, y enseguida quedó prendado del tema del espacio. Ese interés llegó a su zénit cuando el 19 de octubre de 1899 se subió a lo alto de un cerezo para podar unas ramas y empezó a pensar en cómo se verían los campos que tenía alrededor desde una nave que se estuviera elevando para ir a Marte. Para el joven Goddard esa "revelación" le quedó tan grabada en la mente que cada año lo marcaba en su agenda como el "Día del Aniversario", más importante aún que su propio cumpleaños. Efectivamente, desde ese día, dedicó toda su vida, en cuerpo y alma, a lograr ese sueño de mandar al hombre al espacio. Pero lo que lo diferencia del resto de pioneros y soñadores de su época es que él se dio cuenta de que antes de hablar sobre viajes al espacio era preciso desarrollar la tecnología de los cohetes para conseguirlo. Y la solución estaba en la tercera ley de Newton, también conocida como “Ley de Acción y Reacción”:
A toda acción corresponde siempre una reacción igual y contraria: las acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en sentido opuesto.
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Robert Goddard dando una de sus clases en la Universidad de Clark, 1924 |
Pero su sueldo de maestro, aunque fuera doctor, no bastaba para mantenerle a él y a sus experimentos y en 1916 tuvo que pedir una subvención a la Smithsonian Institution, a la National Geographic Society y al Aero Club of America. La primera sociedad le pidió a Goddard un estudio detallado sobre lo que pretendía hacer y éste respondió haciéndoles llegar un memorándum titulado “A method of reaching high altitudes”. Eso le valió una subvención de 5.000 dólares a repartir en cinco años, que aunque impresionante era solo la mitad de lo que pedía. La Universidad de Clark se ofreció a darle otros 3.500 dólares y su laboratorio, mientras que el Politécnico de Worcester en el que él estudió le ofreció también sus instalaciones para que efectuara sus pruebas en un entorno más seguro.
Y entonces, llegó la guerra. Bueno, a Europa ya había llegado en 1914, pero los Estados Unidos tardaron un poco en apuntarse. Cuando eso ocurrió, en 1917, Goddard creyó que su trabajo podría interesar a los militares y se trasladó a California. Hizo propuestas tanto a la marina como al ejército, pero no pareció despertar un excesivo entusiasmo. Lo que sí consiguió fue realizar una demostración de una idea suya, consistente en un lanzacohetes ligero y sin retroceso capaz de ser lanzado por la infantería. La demostración tuvo lugar el 6 de noviembre de 1918 y fue bastante bien, pero cinco días después se firmó el Armisticio. La guerra había terminado y automáticamente el ejército perdió el interés en los cohetes. Desilusionado, Goddard volvió a su casa, pero su casi congénita mala salud volvió a pasarle factura. Un brote de tuberculosis frenó su trabajo en ese lanzacohetes, teniendo que hacerse cargo de él otro investigador de la Universidad de Clark, el doctor C. N. Hickman. De ese lanzacohetes acabaría surgiendo el “Bazooka”, que tan popular fue durante la Segunda Guerra Mundial. Pero eso es otra historia.
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Goddard con su cohete antecesor del "bazooka", en 1918. |
El escenario elegido por Goddard para entrar en los libros de historia fue la granja de su tía Effie, en Auburn, Massachusetts. Era una pequeña explanada en la parte trasera, muy apropiada para realizar la prueba y que el día elegido, el 16 de marzo de 1926, amaneció ligeramente cubierta de nieve. Las suaves rachas de viento preocuparon a Goddard, que puso un pequeño parapeto para proteger al cohete. Su ayudante Henry Sachs fue el encargado de poner en marcha el cohete con un soplete atado al extremo de una pértiga. Tras veinte segundos de incertidumbre, en los que el cohete se limitó a quemar combustible para aligerar peso sin moverse ni un milímetro, salió disparado hacia el cielo. Dos segundos y medio más tarde, agotada la provisión de combustible, y tras alcanzar los 12 metros de altura, el motor se paró y volvió a caer a 56 metros de distancia de la rampa de despegue. Como diría alguien años después, fue un pequeño salto para un cohete, pero un gran paso para la Humanidad: Goddard acababa de escribir su nombre en los libros de historia. Había nacido la Astronáutica.
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Una foto para la historia. Goddard, antes del lanzamiento del 16 de marzo de 1926. |
Fue justo tras ese cuarto vuelo, realizado el 17 de julio de 1929, más de tres años después del primero, cuando la prensa se enteró de lo que estaba pasando en Auburn. Ese vuelo resultó tan "ruidoso" que hasta el Departamento de Defensa se fijó en esos cohetes y no tardaron en invitar a Goddard a seguir con su trabajo en un sitio más tranquilo y apartado, una granja abandonada cerca de un campo de tiro también abandonado, en Camp Devens, al norte de su pueblo natal. En diciembre empezó con los ensayos estáticos, que se prolongaron durante seis meses, y aunque durante ese tiempo no voló ningún cohete, la popularidad de Goddard empezó a cambiar para mejor, su imagen fue cambiando y aparecían artículos más respetuosos hacia él y sus cohetes en el "New York Times" o el "Popular Sciences Monthly". Su fama creció tanto que incluso el nuevo héroe americano, el piloto Charles Lindbergh, consiguió que la familia Guggenheim le diera una beca de 100.000 dólares a través de la Universidad de Clark, y eso en plena depresión tras el “crack” de Wall Street de octubre de 1929.
Tras recibir la subvención, y con tanto dinero a su disposición para poder comprar más y mejor material, Goddard decidió trasladarse a una zona más tranquila y decidió partir hacia el siempre inhóspito y lejano Oeste, instalándose en el Mescalero Ranch, cerca de Roswell, en el desértico Nuevo Méjico. Allí trabajaría casi en secreto durante los siguientes doce años. El primer lanzamiento en Roswell se realizó el 30 de diciembre de 1930 y al siguiente octubre se superaban los 600 metros de altura con una velocidad de 800 kilómetros por hora. En abril de 1932 lanzó el primer cohete controlado por giroscopio, aunque el motor no pudo proporcionar suficiente empuje y tras subir cuarenta metros, el cohete se desplomó. Al examinar los restos del cohete, se comprobó que los deflectores de chorro estaban calientes, indicio de que el sistema había funcionado. Pero a Goddard se le acabó temporalmente el dinero de la subvención y en junio no tuvo más remedio que regresar a Worcester, dedicándose a un intenso trabajo de laboratorio: soldadura de metales ligeros, bombas de presión, materiales calorífugos, etc. A finales del verano de 1934, recuperada ya la subvención, pudo regresar a Roswell e iniciar los trabajos de la que él llamaría la serie "A", cohetes estabilizados por deflectores del chorro, controlados por giroscopios situados en el centro del fuselaje, entre los depósitos de combustible, y con suministro de los ergoles a presión. La potencia de estos cohetes quedó de manifiesto el 8 de marzo de 1935 cuando un “A” voló a más de cuatrocientos metros de altitud y a una velocidad de 1.130 kilómetros por hora. Según parece, podría considerarse como la primera vez que un ingenio fabricado por el hombre superó la velocidad del sonido. Esta velocidad no tiene un valor fijo, porque depende de la presión atmosférica (que varía con la altitud del vuelo) y de la temperatura ambiente, pero suele usarse convencionalmente la de 340 metros por segundo, o sea, 1.200 kilómetros por hora. Por desgracia para Goddard, nadie pudo corroborar esa velocidad y ni mucho menos afirmar si en las condiciones atmosféricas de ese día era o no supersónica, así que no pudo quedarse con la gloria histórica del evento Veinte días después, otro cohete de la misma serie ascendió casi un kilómetro y medio.
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Goddard con sus colaboradores en Roswell y uno de sus cohetes. |
Sus lanzamientos y sus ensayos estáticos prosiguieron hasta septiembre de 1941, fecha en que pasó a trabajar para el Bureau of Aeronautics de la Armada y el Army Air Corps. En julio de 1942, ya involucrados los Estados Unidos en la segunda conflagración mundial, sus trabajos, equipos y personal se trasladaron a la Naval Engineering Experimental Station, en Annapolis, Maryland. Allí, Goddard se encargaría de poner a punto un cohete acelerador para ayudar en el despegue de hidros y otros motores cohete de empuje variable. El 10 de agosto de 1945, Robert Goddard falleció de un cáncer de garganta poco después de haber visto con sus propios ojos qué clase de cohetes se podía conseguir si se contaba con dinero suficiente e interés para darlo. No está claro si lo que examinó esa primavera antes de su muerte fue un cohete caído en Suecia en 1944, o un ejemplar capturado en Mittelwerk, pero sí que pudo ver lo bastante como para afirmar que “le habían robado el trabajo”. Esa afirmación, con todos los respetos hacia Goddard, fue bastante pretenciosa por su parte porque aunque las líneas generales podían recordar a alguno de sus cohetes, está claro que las prestaciones no lo eran, ni de lejos. Además, pensemos que en esos turbulentos años 30 no había existido contacto entre Alemania y Estados Unidos en el campo de la cohetería y aunque hubo algún caso de espionaje (el agregado militar alemán de la embajada en Washington, Friedrich von Boetticher, llegó a enviar un informe en 1936 sobre las actividades de Goddard, y un espía llamado Gustav Guellich afirmó haber visto un lanzamiento en Roswell con sus propios ojos, pero nunca más se recibió nada sobre los trabajos del pionero norteamericano) en Alemania se carecía en absoluto de información sobre Goddard. En realidad, Goddard nunca compartió su trabajo con nadie, ni siquiera con científicos de su propio país. Además, no quería hablar con nadie que supiera de cohetes menos que él, y como creía que era la persona que más sabia (pues desconocía lo que pasaba al otro lado del Atlántico), el diálogo ya no tenía lugar. Estaba tan asustado de que se produjera una situación similar a la que vivió en 1926, que se encerró en sí mismo, viviendo de espaldas al resto del mundo. De este modo, era difícil que nadie pudiera “robarle el trabajo”. A pesar de eso, en 1963, con el programa Apollo en marcha y su cohete Saturno en construcción, Wernher von Braun quiso ser diplomático y dijo que “sus cohetes […] mostraron el camino e incorporaron muchas características usadas en los nuestros más modernos cohetes y vehículos espaciales”. Solo hacia el final de su vida, cuando vió claro que él solo no podría hacer gran cosa más que igualar o superar esos dos kilómetros y medio que logró en 1937 (a pesar de su “método para alcanzar grandes altitudes”), se apuntó a la American Rocket Society, de la que le nombraron director.
A pesar de su excéntrico y mal carácter, Robert H. Goddard merece ser recordado, pues, por ser el hombre que demostró a la humanidad que un cohete no solo podía funcionar en el espacio, sino hacerlo mejor que en la atmósfera terrestre, por lanzar el primer cohete de combustible líquido y por asegurar, en su discurso de graduación del instituto que “es difícil decir qué es imposible, porque el sueño de ayer es la esperanza de hoy y la realidad de mañana”.
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